jueves, 17 de febrero de 2011
Evangelio al gusto del consumidor
La primera función de un mercadeo exitoso es dar a los consumidores lo que quieren. Si quieren hamburguesas más grandes, hagan más grandes sus hamburguesas. ¿Bebidas con seis sabores de frutas? Hecho. ¿Minifurgonetas con diez portavasos? Póngales veinte. Hay que mantener satisfecho al cliente. Hay que modificar el producto y su mensaje para que se supla sus necesidades si quiere establecer mercado y mantener a raya a la competencia.
Hoy día, esta misma mentalidad consumista ha invadido al cristianismo. ¿Dicen que el culto de la iglesia es demasiado largo? Pues acortémoslo (cierto pastor garantiza que sus sermones ¡nunca duran más de siete minutos!) ¿Demasiado formal? Vístase con ropa deportiva. ¿Demasiado aburrido? ¡Espere a oír nuestra banda de música!
Y si el mensaje es demasiado agresivo, acusador o exclusivista, que asusta, que es increíble, difícil de entender, o demasiado lo que sea para su gusto, hay iglesias por todas partes que están ansiosas de ajustar ese mensaje para que usted se sienta más cómodo. En esta nueva versión del cristianismo usted es socio del equipo, diseñador de la vida de la iglesia, y se deja por fuera toda autoridad anticuada, los sentimientos de culpabilidad, la responsabilidad y los absolutos morales.
Es cristianismo para consumidores: cristianismo ligero, redirección, cristianismo diluido e interpretación errónea del evangelio bíblico, en un intento por hacerlo más digerible y popular . Pero esa ligereza jamás le llenará con el evangelio verdadero y salvador de Jesucristo, porque está diseñado por el hombre y no por Dios, y es vacío y no sirve para nada. A decir verdad, es peor que inútil, porque los que oyen el mensaje del cristianismo ligero piensan que están oyendo el evangelio y creen que están siendo rescatados del castigo eterno, cuando en verdad están siendo trágicamente descarriados.
El verdadero evangelio es un llamado a negarse a uno mismo. No es un llamado a la autorrealización. Eso lo pone contra la proclamación contemporánea del evangelio, en la que los ministros ven a Jesús como un genio utilitario. Uno frota la lámpara, Cristo sale y le dice que puede tener lo que se le antoje; uno le da la lista y él lo cumple.
Algunos que forman parte del evangelicalismo le dirán que Jesús solo quiere que a usted le vaya bien, y que si no le va bien es porque usted no ha presentado su boleto de lotería espiritual. Si no es rico, es porque no lo ha reclamado. Jesús quiere que usted esté libre de deudas, y si manda a los televangelistas suficiente dinero, ese acto de fe lo libertará del demonio de la deuda. Su salvación por medio de Cristo es garantía de salud, riqueza, prosperidad y felicidad.
Los evangélicos que se adhieren a la psicología antropocéntrica (centrada en el ser humano) le dicen que Jesús le da paz, que Jesús le da alegría, que Jesús le hace mejor vendedor y también que Jesús le ayuda a lograr más jonrones. Jesús realmente quiere que usted se sienta muy bien con respecto a usted mismo. Quiere elevar su propia imagen. Quiere poner fin a su pensamiento negativo.
Discúlpenme si no me uno. No puedo pensar en ningún plan con el que menos quisiera asociarme.
En esta nueva reforma de la autoestima, lo primero que se exige es bajar a Dios de su lugar supremamente elevado para así uno poder elevarse y reemplazar la teología que exalta a Dios con una psicología de la autoestima que exalta al hombre. Para que esto resulte hay que alterar e interpretar erróneamente la Biblia y el evangelio, con el fin grandioso de hacer que las personas se sientan bien en cuanto a sí mismas, para que así puedan cumplir sus sueños y poner en práctica sus visiones.
El cristianismo, en las manos de algunos dirigentes de iglesias que se acomodan al que busca, se ha convertido en un movimiento de ‘logre lo que quiera’ en lugar de ser un movimiento de ‘abandónelo todo’. Estos dirigentes han prostituido la intención divina del evangelio. Han reemplazado la gloria de Dios por la satisfacción del hombre. Han canjeado el concepto de entregar por entero nuestras vidas para el honor de Cristo por el de ser honrados por Cristo. Como tal, nuestra sumisión a la voluntad de Dios es reemplazada por la sumisión de Dios a nuestra voluntad.
‘Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará’ (Mateo 16.24-25). No se trata de exaltarme a mí mismo, se trata de matarme a mí mismo. Es la muerte del yo. Uno gana al perder; uno vive al morir. Ese es el mensaje central del evangelio. Esa es la esencia del discipulado.
El pasaje no menciona nada de mejorar la autoestima, de ser rico y triunfante, de sentirse bien respecto a uno mismo o de tener satisfechas todas las necesidades, que es lo que muchas iglesias predican estos días a fin de dorar la píldora de la verdad.
Así que, ¿quién tiene la razón? ¿Es el mensaje del cristianismo de realización propia o es la negación de uno mismo? No puede ser ambas cosas. Si es cuestión de opinión, yo hago lo mío y usted hace lo suyo, y ambos nos deslizamos raudos y contentos en direcciones diferentes. Pero el cristianismo, el evangelio genuino de Jesucristo, no es cuestión de opinión. Es cuestión de verdad. Lo que usted quiere, lo que yo quiero o lo que cualquiera quiere no importa. Es lo que es… por la voluntad soberana de Dios."
"MIRAD QUE NADIE OS ENGAÑE..." Col. 2:8.
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